Los monjes del monasterio de Villanueva de Oscos, en el occidente de Asturias, comenzaron allá por el siglo XII a elaborar un queso con los limitados recursos que había en la zona, con leche de vaca y que se caracterizaba por su alta cremosidad y sabor suave.
¿Qué pasaría si a esa misma receta ancestral le añades leche de cabra, leche de oveja y lo dejas madurar en condiciones de alta montaña? La respuesta es este exquisito queso.
Esta trinidad de leches se une para dar vida a un queso que se desarrolla y perfecciona durante un mínimo de seis meses en un entorno privilegiado, a más de 700 m de altura, lo que le da una profundidad y complejidad de sabores que no deja indiferente a ningún paladar.
Su textura tiende a cremosa, sin embargo, es su sabor lo que realmente lo hace especial. De carácter fuerte pero equilibrado, despierta los sentidos con matices intensos y variados, en donde cada bocado honra la tradición y te transporta a las montañas asturianas donde pacientemente estuvo madurando.